Una mañana Ravit fue a la superfecie a tomar un poco el sol como había hecho otras veces. Pero esa mañana iba a ser distinta porque cuando salió a la superficie, vio a lo lejos un pequeño aperitivo: un gusano con una extraña forma; además, tenía ropa y eso no era nada normal.
Imagen tomada de depositphotos.com |
—¿De qué te estás riendo?
—De ti y de tu extraña forma de vestir.
Y sin esperar contestación, se sumergió de nuevo en el agua y allí continuó riéndose.
El pobre gusano, en cambio, se quedó llorando en la superficie.
Sin que se diera cuenta, y sin haberle dado tiempo a reponerse, alguien lo atrapó y se encontró dentro de un bote de cebo para peces. Mal le había salido el día al gusano.
Poco tiempo después, alguien atravesó su camiseta con un artefacto de metal y lo arrojó de nuevo al agua. Al caer en ella, empezó a sumergirse más y más hasta que llegó al fondo, donde se encontró con Ravit, que estaba atrapado en una red.
El gusano se liberó rápidamente del anzuelo quitándose la camiseta y un segundo después estaba ayudando a Ravit a escapar de la peligrosa red. El pez no daba crédito a lo que veía, pues el gusano del que poco antes se había burlado le estaba salvando la vida. Para más sorpresa, el pequeño gusano le explicó:
—Si la soledad de ser un gusano empuja a la tristeza, que te hayas reído de mí me ha hecho gracia, pero la gracia no existe si uno está solo.
Pez y gusano rieron los dos abiertamente, y Ravit comprendió lo duro que es estar solo y lo maravilloso que es compartir la alegría con un amigo, pues nos hace un poco más felices.
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